«Si al salir del cautiverio me hubieran preguntado:
¿te torturaron mucho?,
les habría contestado:
Sí, los tres meses sin parar.»

«Si esa pregunta me la formulan hoy
les puedo decir que pronto cumplo siete años de tortura»

(Miguel D'Agostino - Legajo N° 3901).

Nunca Mas

Para otros términos similares, véase Nunca Más (desambiguación).

Nunca más es el nombre del informe emitido por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) de Argentina. Es conocido también con el nombre de Informe Sabato puesto que fue el escritor Ernesto Sabato, quien presidió la comisión.

La comisión fue creada por el presidente de Argentina Raúl Alfonsín (1927–2009) el 15 de diciembre de 1983. El objetivo era esclarecer los hechos sucedidos en el país durante la dictadura militar instaurada desde el año 1976. Su misión era la de recibir informes y denuncias sobre las desapariciones, los secuestros y las torturas acontecidos dentro de aquel periodo a manos del régimen, y generar informes a partir de estos.

La comisión entregó su informe el 20 de septiembre de 1984 al presidente de la República. Ese informe se transformó en el libro Nunca más, que lo contiene en su totalidad.

martes, 9 de noviembre de 2010

Centros Clandestinos de Detención dependientes de la Fuerza Aérea

Numerosas denuncias registradas en la Comisión señalan la existencia de varios centros clandestinos de detención dependientes de la Fuerza Aérea, localizados en la zona oeste del conurbano bonaerense.

Las referidas a los centros de igual naturaleza que habrían funcionado en las Bases de Palomar (I Brigada Aérea) y de Morón (VII Brigada Aérea), no han podido ser precisadas en cuanto a su exacta ubicación ya que no se realizaron inspecciones en el interior de las mismas. Sin embargo, los testimoniantes coinciden en afirmar el control por personal perteneciente a la Aeronáutica. También es coincidente la descripción de los sitios internos de los lugares de cautiverio clandestinos, así como el tratamiento sufrido por las víctimas, que en nada difiere al aplicado en centros de detención dependientes de las otras Fuerzas.

Orlando Llano (Legajo N° 1786), secuestrado el 26 de abril de 1978, proporciona elementos sobre este campo:

«Me sacaron del automóvil, por una rampa ascendente me arrastraron, entramos en un recinto donde me hicieron desnudar y comenzaron a golpearme. Los torturadores vestían uniforme azul grisáceo. A las tres semanas durante las cuales fui torturado, me introdujeron en el baúl de un auto, y a otra persona en el asiento posterior. Nos condujeron a ia Comisaría de Haedo, donde permanecí vendado tres días más en una celda de dos por un metro. Sólo me dieron agua. Se me informó que estaba a disposición del PEN, por intermedio de una persona que se presentó como integrante del I Cuerpo de Ejército, quien me dijo que se me iba a formar Consejo de Guerra. El 7 de julio fui trasladado a la cárcel de Villa Devoto. Mi causa pasó a la Justicia Federal, la cual ordenó mi libertad...»



Arnoldo Bondar (Legajo N° 756), trabajó como personal civil en la Base del Palomar:

«En reiteradas oportunidades vi llegar camiones de la Policía de la provincia de Buenos Aires cargados de jóvenes de ambos sexos que eran posteriormente embarcados en aviones, generalmente de la Armada. Desconozco el destino de los mismos. Esta operación se realizaba al costado de la pista principal y casi siempre llegaban antes algunos patrulleros para montar guardia alrededor del avión».



La relación de la Fuerza Aérea con el C.C.D. «El Vesubio» surge del testimonio de Luis Pereyra (Legajo N° 4591):

«Me detuvieron el 16 de septiembre de 1976, permanecí primero dos días en la VII Brigada Aérea de Morón, donde fui torturado. Luego pasé a la Comisaría de Castelar, donde estuve cinco días. De allí me sacaron para llevarme a un lugar que no puedo precisar, donde permanecí una tarde; después a otro donde había 30 ó 40 personas, en una sala de madera. Luego supe que era "El Vesubio".

...A fines de marzo de ese año fui conducido al Penal de Devoto y luego de una semana a la cárcel de La Plata. Me dejaron en libertad vigilada el 1° de febrero de 1979 y me controló la VII Brigada Aérea te Morón, hasta mi libertad total».



Alicia Carriquiriborde y Graciela Dellatorre (Legajo N° 4535) aportan algunos datos más sobre las conexiones de la represión dentro de ese circuito, así como también sobre las rivalidades entre los diversos Grupos de Tareas:

«La madrugada del 19 de mayo de 1976 fui sacada de mi casa en La Plata. Me llevaron a un lugar donde me desnudaron.y me torturaron con picana eléctrica. Después supe que se trataba del campo clandestino "El Vesubio". Uno de los guardianes me dijo que nos había llevado allí la Aeronáutica, que yo "era de ellos" pero que a otros compañeros "los atendía el Ej´rrcito y la Marina, según la organización a que los vincularan". En julio nos retiraron de allí a Graciela Dellatorre y a Analía Magliaro, secuestratas juntas el mismo día y a mí. Me dejaron en la Comisaría 28 de la calle Caseros, donde permanecí hasta que me sacaron a la superficie, que fue el Penal de Devoto. Alli reencontré a Graciela Dellatorre; al poco tiempo ambas nos enteramos que a Analía Magliaro la habían matado en un "enfrentamiento"».



Graciela Dellatorre, por su parte, relata:

«En ese lugar - El Vesubio - habían separado a los detenidos del sector donde yo estaba en tres grupos. Cada uno pertenecía a determinado Grupo de Tareas. En una oportunidad una chica fue interrogada por la patota encargada de otro grupo. Cuando los que la tenían a su cargo se enteraron del suceso hubo un gran malestar, e incluso encargaron a esta joven que si se repetía algo similar "no les contestara" ».



a) Inteligencia

Estaba conformado por oficiales de la Armada secundados por suboficiales de Marina, personal de Prefectura y del Servicio Penitenciario. Los ayudantes eran denominados «Los Gustavos». Tenían a su cargo el manejo de la información que arrancaban a los prisioneros bajo tortura y el estudio de todos los papeles que éstos portaban en el momento de su detención. Los oficiales decidían los secuestros a realizar y se encargaban de los interrogatorios, participaban en la decisión de los «traslados» y en la decisión de acerca de cuáles detenidos pasarían por el llamado proceso de recuperación».

b) Operaciones

Estaba formado por el personal anteriormente señalado, al que se agregaban miembros de la Policía Federal y oficiales y suboficiales retirados de la Marina y el Ejército. Este grupo se encargaba de la ejecución de los secuestros. La planificación de las operaciones se hacía en el Salón Dorado ubicado en la planta baja del Casino de Oficiales de la ESMA.

Se desplazaban en automóviles no identificados como del Arma y algunos camuflados como perteneciente a entidades estatales o privadas. Todos estos vehículos habían sido previamente robados y cambiadas sus chapas-patentes. Eran además los que saqueaban las casas que allanaban y destrozaban todo lo que de allí no les interesaba.

El producto del saqueo era llevado en algunos casos a la ESMA y depositado en un «pañol». Este mobiliario se distribuía luego antre los mieñbros del GT con el carácter de «botín de guerra».

c) Logística

Este grupo formado por oficiales y suboficiales de la Marina tenía a su cargo el mantenimiento y refacción de las instalaciones del GT y la administración de las finanzas. Esta última actividad va cobrando importancia porque al manejo de los fondos que la superioridad del arma destina al GT, se le suma el producto de lo obtenido en el saqueo y el robo o la defraudación mediante la falsificación o firma bajo presión de títulos de propiedad de los detenidos-desaparecidos. Hacia fines de 1978 y comienzos del 79 se establece una «inmobiliaria».

"Nuestros hijos no están muertos; ellos viven en la lucha, los sueños y el compromiso revolucionario de otros jóvenes."

Alday, Jorge Eduardo Legajo Conadep N° 4512


Testimonio de su secuestro, dado por su esposa:


«Mi esposo -Jorge Eduardo Alday - fue secuestrado el día 22 de agosto de 1977, entre las 11 y las 12 horas del mediodía, cuando salía de la empresa Carlos Calvo S.R.L. de cobrar sus haberes», relata su esposa en el legajo N° 4512 y prosigue: «Fue un grupo de personas civiles fuertemente armadas, que después de golpearlo y desmayarlo lo introdujeron en un auto particular sin patente partiendo con rumbo desconocido. En la misma fecha de la desaparición de mi esposo, a las 16 hs. fueron allanados mi domicilio y el de mis padres, ambos en la localidad de Valentín Alsina, Pcia. de Bs. As., en procedimientos similares, con mal trato, gran despliegue de personas armadas, violando domicilios vecinos y rodeando totalmente las manzanas. Cuando regresé a mi domicilio, fui detenida en la puerta por esas personas, que tenían a mi madre como rehén "por si yo no llegaba". Me vendaron los ojos y me maniataron. Fui trasladada a un lugar que no puedo precisar, donde me sometieron a todo tipo de tormentos físicos y morales, a la par que me hacían un interrogatorio incoherente. Me liberaron a las cuatro horas en las inmediaciones de Villa Dominico. Cuando me detienen a mí y tenían a mi madre como rehén, vi cómo cargaban en camiones todos nuestros enseres y pertenencias, sin rastros de que hubiese vivido persona alguna en éste. Cuando fuimos a realizar la denuncia correspondiente en la subcomisaría de Villa Diamante y en la 3°de Valentín Alsina, nos informaron que habían actuado en el procedimiento las «Fuerzas Conjuntas», y que éstas habían solicitado «AREA».

Visión Siete: La propaganda de la dictadura, TV Pública.

La muerte siempre sorprende; invita a los vivos a meditar el futuro.....

Luz verde (o Area Liberada)

 Queda en claro que cuando la «patota» o «Grupo de Tareas» debía efectuar un operativo, llevaba el permiso de «LUZ VERDE». De esta manera, si algún vecino o encargado del edificio se ponía en contacto con la seccional de policía mas próxima o con el coman do radioeléctrico pidiendo su intervención se le informaba que estaban al tanto del mismo pero que no podían actuar.

Para trasponer una jurisdicción policial, las fuerzas operantes debían pedir la «luz verde», lo cual hacían mediante el uso del radiotransmisor, o bien estacionando unos minutos frente a la respectiva comisaría o, incluso, al propio Departamento Central.


Adolfo T. Ocampo (Legajo N° 1104) relata del siguiente modo el secuestro de su hija Selma Julia Ocampo:
«A las 2 de la madrugada del 11 de agosto de 1976, penetraron en el edificio y derribaron la puerta del departamento de mi hija y se introdujeron en éste. Otros hombres se quedaron vigilando el departamento. Este episodio fue presenciado desde el departamento de en frente por el Capitán de Navío Guillermo Andrew quien merced a un llamado telefónico logró que llegaran al lugar dos camiones del Ejército. Los dos grupos se trabaron en un intenso tiroteo (aún hoy pueden apreciarse los impactos en el frente). El tiroteo se detuvo cuando las fuerzas recién llegadas y a las órdenes del Capitán ya citado pudieron oir a los victimarios gritar: «TENEMOS ZONA LIBERADA», acorde a esto, se retiraron las fuerzas, dejando actuar a los victimarios, quienes después de destruir y robar, se llevaron a Selma y a una amiga, Inés Nocetti, ambas desaparecidas al día de la fecha...»

testimonio de torturas

El 5 de abril de 1978, aproximadamente a las 22 horas, el Dr. Liwsky entraba a su casa en el barrio de Flores, en la Capital Federal:
«En cuanto empecé a introducir la llave en la cerradura de mi departamento me di cuenta de lo que estaba pasando, porque tiraron bruscamente de la puerta hacia adentro y me hicieron trastabillar.

Salté hacia atrás, como para poder empezar a escapar.

Dos balazos (uno en cada pierna) hicieron abortar mi intento. Sin embargo todavía resistí, violentamente y con todas mis fuerzas, para evitar ser esposado y encapuchado, durante varios minutos. Al mismo tiempo gritaba a voz en cuello que eso era un secuestro y exhortaba a mis vecinos para que avisaran a mi familia. Y también para que impidieran que me llevaran.

Ya reducido y tabicado, el que parecía actuar como jefe me informó que mi esposa y mis dos hijas ya habían sido capturadas y «chupadas».

Cuando, llevado por las extremidades, porque no podía desplazarme por las heridas en las piernas, atravesaba la puerta de entrada del edificio, alcancé a apreciar una luz roja intermitente que venía de la calle. Por las voces y órdenes y los ruidos de las puertas del coche, en medio de los gritos de reclamo de mis vecinos, podría afirmar que se trataba de un coche patrullero.

Luego de unos minutos, y a posteriori de una discusión acalorada, el patrullero se retiró.

Entonces me llevaron a la fuerza y me tiraron en el piso de un auto, posiblemente un Ford Falcon, y comenzó el viaje.

Me bajaron del coche en la misma forma en que me habían subido, entre cuatro y, caminando un corto trecho (4 ó 5 metros) por un espacio que, por el ruido, era un patio de pedregullo, me arrojaron sobre una mesa. Me ataron de pies y manos a los cuatro angulos.

Ya atado, la primera vez que oí fue la de alguien que dijo ser médico y me informó de la gravedad de las hemorragias en las piernas y que, por eso, no intentara ninguna resistencia.

Luego se presentó otra voz. Dijo ser EL CORONEL. Manifestó que ellos sabían que mi actividad no se vinculaba con el terrorismo o la guerrilla, pero que me iban a torturar por opositor. Porque: «no había entendido que en el país no existía espacio político para oponerse al gobierno del Proceso de Reorganización Nacional». Luego agregó: «¡Lo vas a pagar caro... !¡ Se acabaron los padrecitos de los pobres!»

Todo fue vertiginoso. Desde que me bajaron del coche hasta que comenzó la primera sesión de «picana» pasó menos tiempo que el que estoy tardando en contarlo.

Durante días fui sometido a la picana eléctrica aplicada en encías, tetillas, genital, abdomen y oídos. Conseguí sin proponérmelo, hacerlos enojar, porque, no sé por qué causa, con la «picana», aunque me hacían gritar, saltar y estremecerme, no consiguieron que me desmayara.

Comenzaron entonces un apaleamiento sistemático y rítmico con varillas de madera en la espalda, los gluteos, las pantorrillas y las plantas de los pies. Al principio el dolor era intenso. Después se hacía insoportable. Por fin se perdía la sensación corporal y se insensibilizaba totalmente la zona apaleada. El dolor, incontenible, reaparecía al rato de cesar con el castigo. Y se acrecentaba al arrancarme la camisa que se había pegado a las llagas, para llevarme a una nueva «sesión».

Esto continuaron haciéndolo por varios días, alternándolo con sesiones de picana. Algunas veces fue simultaneo.

Esta combinación puede ser mortal porque, mientras la «picana» produce contracciones musculares, el apaleamiento provoca relajación (para defenderse del golpe) del músculo. Y el corazón no siempre resiste el tratamiento.

En los intervalos entre sesiones de tortura me dejaban colgado por los brazos de ganchos fijos en la pared del calabozo en que me tiraban.

Algunas veces me arrojaron sobre la mesa de tortura y me estiraron atando pies y manos a algún instrumento que no puedo describir porque no lo vi pero que me producía la sensación de que me iban a arrancar cualquier parte del cuerpo.

En algún momento estando boca abajo en la mesa de tortura, sosteniéndome la cabeza fijamente, me sacaron la venda de los ojos y me mostraron un trapo manchado de sangre. Me preguntaron si lo reconocía y, sin esperar mucho la respuesta, que no tenía porque era irreconocible (además de tener muy afectada la vista) me dijeron que era una bombacha de mi mujer. Y nada más. Como para que sufriera... Me volvieron a vendar y siguieron apaleándome.

A los diez días del ingreso a ese «chupadero» llevaron a mi mujer, Hilda Nora Ereñú, donde yo estaba tirado. La vi muy mal. Su estado físico era deplorable. Sólo nos dejaron dos o tres minutos juntos. En presencia de un torturador. Cuando se la llevaron pensé (después supe que ambos pensamos) que esa era la última vez que nos veíamos. Que era el fin para ambos. A pesar de que me informaron que había sido liberada junto con otras personas, sólo volví a saber de ella cuando, legalizado en la Comisaría de Gregorio de Laferrère, se presentó en la primera visita junto a mis hijas.

También me quemaron, en dos o tres oportunidades, con algún instrumento metálico. Tampoco lo vi, pero la sensación era de que me apoyaban algo duro. No un cigarrillo que se aplasta, sino algo parecido a un clavo calentado al rojo.

Un día me tiraron boca abajo sobre la mesa, me ataron (como siempre) y con toda paciencia comenzaron a despellejarme las plantas de los pies. Supongo, no lo vi porque estaba «tabicado», que lo hacían con una hojita de afeitar o un bisturí. A veces sentía que rasgaban como si tiraran de la piel (desde el borde de la llaga) con una pinza. Esa vez me desmayé. Y de ahí en más fue muy extraño porque el desmayo se convirtió en algo que me ocurría con pasmosa facilidad. Incluso la vez que, mostrándome otros trapos ensangrentados, me digeron que eran las bombachitas de mis hijas. Y me preguntaron si quería que las torturaran conmigo o separado.

Desde entonces empecé a sentir que convivía con la muerte.

Cuando no estaba en sesión de tortura alucinaba con ella. A veces despierto y otras en sueños.

Cuando me venían a buscar para una nueva «sesión» lo hacían gritando y entraban a la celda pateando la puerta y golpeando lo que encontraran. Violentamente.

Por eso, antes de que se acercaran a mí, ya sabía que me tocaba. Por eso, también, vivía pendiente del momento en que se iban a acercar para buscarme.

De todo ese tiempo, el recuerdo más vivido, más aterrorizante, era ese de estar conviviendo con la muerte. Sentía que no podía pensar. Buscaba, desesperadamente, un pensamiento para poder darme cuenta de que estaba vivo. De que no estaba loco. Y, al mismo tiempo, deseaba con todas mis fuerzas que me mataran cuanto antes.

La lucha en mi cerebro era constante. Por un lado: «recobrar la lucidez y que no me desestructuraran las ideas», y por el otro: «Qué acabaran conmigo de una vez»
La sensación era la de que giraba hacia el vacío en un gran cilindro viscoso por el cual me deslizaba sin poder aferrarme a nada.

Y que un pensamiento, uno solo, sería algo sólido que me permitiría afirmarme y detener la caída hacia la nada.

El recuerdo de todo este tiempo es tan concreto y a la vez tan íntimo que lo siento como si fuera una víscera que existe realmente.

En medio de todo este terror, no sé bien cuando, un día me llevaron al «quirófano» y, nuevamente, como siempre, después de atarme, empezaron a retorcerme los testículos. No sé si era manualmente o por medio de algún aparato. Nunca sentí un dolor semejante. Era como si me desgarraran todo desde la garganta y el cerebro hacia abajo. Como si garganta, cerebro, estómago y testículos estuvieran unidos por un hilo de nylon y tiraran de él al mismo tiempo que aplastaban todo.

El deseo era que consiguieran arrancarmelo todo y quedar definitivamente vacío.

Y me desmayaba.

Y sin saber cuándo ni cómo, recuperaba el conocimiento y ya me estaban arrancando de nuevo. Y nuevamente me estaba desmayando.

Para esta época, desde los 15 ó 18 días a partir de mi secuestro, sufría una insuficiencía renal con retención de orina. Tres meses y medio después, preso en el Penal de Villa-Devoto, los médicos de la Cruz Roja Internacional diagnostican una insuficiencia renal aguda grave de origen traumático, que podríamos rastrear en las palizas.

Aproximadamente 25 días después de mi secuestro, por primera vez, después del más absoluto aislamiento, me arrojan en un calabozo en que se encuentra otra persona. Se trataba de un amigo mío, comparñero de trabajo en el Dispensario del Complejo Habitacional: el Dr. Francisco García Fernandez.

Yo estaba muy estropeado. El me hizo las primeras y precarísimas curaciones, porque yo, en todo este tiempo, no tenía ni noción ni capacidad para procurarme ningún tipo de cuidado ni limpieza.

Recién unos días después, corriéndome el «tabique» de los ojos, pude apreciar el daño que me habían causado. Antes me había sido imposible, no porque no intentara «destabicarme» y mirar, sino porque, hasta entonces, tenía la vista muy deteriorada.

Entonces pude apreciarme los testículos...

Recordé que, cuando estudiaba medicina, en el libro de texto, el famosísimo Housay, había una fotografla en la cual un hombre, por el enorme tamaño que habían adquirido sus testículos, los llevaba cargados en una carretilla. El tamaño de los míos era similar a aquel y su color de un azul negruzco intenso.

Otro día me llevaron y, a pesar del tamaño de los testículos, me acostaron una vez más boca abajo. Me ataron y, sin apuro, desgarrando conscientemente, me violaron introduciendome en el ano un objeto metálico. Después me aplicaron electricidad por medio de ese objeto, introducido como estaba. No sé describir la sensación de cómo se me quemaba todo por dentro.

La inmersión en la tortura cedió. Aisladamente, dos o tres veces por semana, me daban alguna paliza. Pero ya no con instrumentos sino, generalmente, puñetazos y patadas.

Con este nuevo régimen, comparativamente terapéutico, empecé a recuperarme físicamente. Había perdido más de 25 kilos de peso y padecía la insuficiencía renal ya mencionada.

Dos meses antes del secuestro, es decir, por febrero de ese año, padecí un rebrote de una antigua simonelosis (fiebre tifoidea).

Entre el 20 y 25 de mayo, es decir unos 45 ó 60 días después del secuestro, tuve una recidiva de la salmonelosis asociada a mi quebrantamiento físico.»

testimonio : Abarzua, Omar La Plata, 22 de Diciembre de 1999

 DR. DURAN.- Correcto. Usted fue citado a declarar en esta causa, que está registrada en el Tribunal, en esta Secretaría Unica, bajo el número 1490, en donde se investiga la desaparición de su hermano...
OMAR ABARZUA: Sí señor.
DR.. DURAN.- OMAR RIDAL ABARZUA.
OMAR ABARZUA: Yo soy el que hago la denuncia, mi hermano es OSCAR RUBEN.
DR. DURAN.- Correcto. Usted formula la denuncia. Perdón. El nombres es OSCAR RUBEN ABARZUA.
OMAR ABARZUA: OSCAR RUBEN, sí.
DR. DURAN.- Hecho ocurrido el día 3 de septiembre... no...
OMAR ABARZUA: No, no, el 14 de diciembre...
DR.. DURAN.- Correcto. No se lee la fecha... Por qué no nos narra los hechos de acuerdo a lo que usted haya percibido.
OMAR ABARZUA: Bueno, nosotros lo único que... en ese instante... bah, en ese momento, que notamos la desaparición de él, más o menos en dos días... o sea, que calculamos que sería el día 16,que él no regresaba a casa... ahí fue donde se empezó a averiguar a ver que era lo que pasaba, se preguntó primero en... porque él trabajaba
en YACIMIENTOS acá de YPF, estaba en Destilería de LA PLATA. Se averiguó y hacía días que no iba... después... fue cuando decidimos hacer el Hábeas Corpus... por comentario nos llegó informe de que había sido sacado de ahí del... cuando él salía del trabajo, ahí lo habían levantado en un coche falcon dos personas... iba con otro compañero de trabajo, al cual no lo conocemos nosotros y él hizo el comentario ese... es lo último que sabemos de él.
DR. DURAN.- O sea, que todo el conocimiento que tiene, es porque un compañero de tarea de su hermano...
OMAR ABARZUA: Sí, sí.
DR. DURAN.- Le comunicó a usted que había sido secuestrado...
OMAR ABARZUA: No, no, hizo el comentario ahí por... ahí se supo más o menos por cosas del Sindicato, todo eso... más o menos relaciones, comentarios que hacían, pero directamente ninguno lo hizo hacía nosotros.
DR. DURAN.- O Sea, que usted no sabe... no recibió comentarios de nadie, ni siquiera por como se produjo el secuestro de su hermano ?
OMAR ABARZUA: En forma directa no, es por comentarios que fueron llegando nomás...
DR. DURAN.- Tenía alguna militancia política su hermano ?
OMAR ABARZUA: No, no tenía... que nosotros sepamos ahí, él no tenía ninguna militancia, no era sindicalista ni estaba de... cómo se llama?... de...
DR. DURAN.- En el gremio.
OMAR ABARZUA: En el gremio ni en ninguna forma estaba... él era una persona que iba al trabajo y volvía, pero nunca faltaba así de la casa, nada...

lunes, 8 de noviembre de 2010

Sus miembros



La comisión estuvo integrada además por:
§                     Ricardo Colombres
§                     René Favaloro (1923-2000, cardiólogo, quien después renunció)
§                     Hilario Fernández Long (1918-2002, ingeniero y educador)
§                     Carlos T. Gattinoni (Obispo de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina)
§                     Horacio H. Huarte (diputado nacional)
§                     Gregorio Klimovsky (1922-2009, matemático y epistemólogo)
§                     Santiago M. López (diputado nacional)
§                     Marshall Meyer (1930-1993, rabino conservador estadounidense)
§                     Jaime de Nevares (1915-1995, obispo católico)
§                     Hugo D. Piucill (diputado nacional)
§                     Eduardo Rabossi (1930-2005, filósofo)
§                     Magdalena Ruiz Guiñazú (1935–, periodista)

Connotación y sentido social




En ese momento la gente aplaudió y gritó, viendo juzgados por la justicia en democracia a los que habían llevado adelante el golpe militar más sangriento de la historia argentina. Muchos de ellos eran familiares, amigos, compañeros, hijos y sobrevivientes de los asesinados durante el golpe militar. A partir de ese momento, el decir «nunca más» era un regla a seguir, significaba el deseo de no volver jamás a esa época, de no volver a tropezar con la misma piedra, y permaneció intacta, indiscutida, e impoluta en la sociedad argentina, convocada constantemente por artistas, políticos y personas de renombre en la Argentina y en el mundo. Se han hecho ediciones y reediciones del informe de la CONADEP por diferentes escritores y editoriales, y principalmente en el comienzo del milenio, el sentir del «nunca más» se ha propagado entre los jóvenes que no vivieron esa época gracias a sus padres, sobrevivientes de ladictadura militar del 76.